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20 de junio de 2009

Furia capitulos 1 y 2


Aquí os dejo el libro de L.J.Smith, Furia, La tercera entrega de Cronicas Vampiricas para que lo podais disfrutar tanto como lo disfruté yo.

Capitulo1

Elena penetró en el claro.
Bajo sus pies, jirones de hojas otoñales se congelaban en la nieve fangosa. Había oscurecido, y aunque la tormenta empezaba a amainar, el bosque se volvía cada vez más frío. Elena no sentía el frío.
Tampoco le importaba la oscuridad. Sus pupilas se abrieron completamente, recogiendo diminutas partículas de luz que habrían sido invisibles para un humano. Distinguió con toda claridad las dos figuras que forcejeaban bajo el gran roble.
Una tenía una oscura cabellera espesa que el viento había revuelto y convertido en un alborotado mar de olas. Era ligeramente más alta que la otra, y aunque no podía ver su rostro, en cierto modo supo que sus ojos eran verdes.
La otra tenía una mata de cabellos oscuros también, pero los suyos
eran más finos y lisos, casi como el pelaje de un animal. Sus labios
estaban tensados hacia atrás, mostrando los dientes con furia, y
la gracia perezosa de su cuerpo estaba reunida en la pose agazapada
de una pantera. Sus ojos eran negros.
Elena los observó durante varios minutos sin moverse. Había olvidado por qué había acudido allí, por qué la habían arrastrado allí los
ecos de la pelea en su mente. Atan poca distancia, el clamor de su rabia,
su odio y su dolor era casi ensordecedor, como gritos silenciosos
surgiendo de los combatientes. Estaban enzarzados en un combate a
muerte.
«Me pregunto cuál de ellos vencerá», pensó. Los dos estaban heridos
y sangraban, y el brazo izquierdo del más alto colgaba en un ángulo
antinatural. Con todo, acababa de empujar al otro contra el tronco
retorcido de un roble, y su furia era tan fuerte que Elena podía
sentirla y paladearla, así como oírla, y sabía que le estaba proporcionando
una fuerza increíble.
Y entonces Elena recordó por qué había ido allí. ¿Cómo podía haberlo
olvidado? Él estaba herido. Su mente la había llamado allí, apaleándola
con ondas expansivas de rabia y dolor. Ella había acudido a
ayudarle, porque ella le pertenecía.
Las dos figuras estaban caídas en el suelo helado ahora, peleando
como lobos, gruñendo. Veloz y silenciosa, Elena fue hacia ellos. El
de los cabellos ondulados y ojos verdes —Stefan, musitó una voz en
su cabeza— estaba encima, con los dedos buscando desesperadamente
la garganta del otro. La cólera inundó a Elena, la cólera y una
actitud protectora. Alargó el brazo entre los dos para asir aquella
mano que intentaba estrangular, para tirar hacia arriba de los dedos.
Ni se le ocurrió que no sería bastante fuerte para hacerlo. Era bastante
fuerte, eso era todo. Arrojó su peso a un lado, arrancando al cautivo
de su oponente. Por si acaso, hizo presión sobre su brazo herido,
derribando al atacante de cara sobre la nieve fangosa cubierta de hojas.
Luego empezó a asfixiarlo por detrás.
Su ataque le había cogido por sorpresa, pero no estaba ni con mucho
vencido. Devolvió el golpe, la mano sana buscando a tientas la
garganta de la muchacha. El pulgar se hundió en su tráquea.
Elena se encontró abalanzándose sobre la mano, yendo a por ella con los dientes. Su mente no lo comprendía, pero el cuerpo sabía qué
hacer. Sus dientes eran una arma y desgarraron la carne, haciendo correr
la sangre.
Pero él era más fuerte que ella. Con una violenta sacudida de los
hombros se liberó y retorció entre sus manos, arrojándola al suelo. Y
entonces fue él quien estuvo encima de ella, con el rostro contorsionado
por una furia animal. Ella le siseó y fue a por sus ojos con sus
uñas, pero él apartó la mano de un golpe.
Iba a matarla. Incluso herido, era con mucho el más fuerte. Sus labios
se habían echado hacia atrás para mostrar dientes manchados ya
de escarlata. Como una cobra, estaba listo para atacar.
Entonces se detuvo, cerniéndose sobre ella, mientras su expresión
cambiaba.
Elena vio que los ojos verdes se abrían de par en par. Las pupilas
que habían estado contraídas en forma de fieros puntitos se ampliaron
de golpe. La miraba fijamente, como si realmente la viera por
primera vez.
¿Por qué la miraba de aquel modo? ¿Por qué no se limitaba a acabar?
Pero la mano férrea sobre su hombro la estaba soltando ya. El
gruñido animal había desaparecido, reemplazado por una expresión
de perplejidad y asombro. Se sentó hacia atrás, ayudándola a sentarse,
sin dejar de mirar su rostro ni un instante.
—Elena —murmuró, la voz quebrándose—. Elena, eres tú.
«¿Es ésa quien soy? —pensó ella—. ¿Elena?»
En realidad, no importaba. Dirigió una veloz mirada en dirección
al viejo roble. Él seguía allí, de pie entre las raíces que sobresalían de
la tierra, jadeando, apoyándose en el árbol con una mano. Él la miraba
con sus ojos infinitamente negros y las cejas contraídas en una expresión
ceñuda.
«No te preocupes —pensó ella—. Yo puedo ocuparme de éste. Es
estúpido.» Luego volvió a arrojarse sobre el joven de ojos verdes.


—¡Elena! —chilló él mientras ella lo derribaba de espaldas.
La mano sana empujó su hombro, sosteniéndola en alto.
—¡Elena, soy yo, Stefan! ¡Elena, mírame!
Ella miraba, y todo lo que veía era el trozo de piel al descubierto
de su cuello. Volvió a sisear, el labio superior retrocediendo para
mostrarle los dientes.
Él se quedó paralizado.
Sintió cómo la conmoción reverberaba por todo el cuerpo del joven,
vio que su mirada se quebraba. El rostro adquirió la misma palidez
que si alguien le hubiera golpeado en el estómago. Sacudió la cabeza
ligeramente sobre el suelo fangoso.
—No —susurró—. Oh, no...
Parecía estárselo diciendo a sí mismo, como si no esperara que
ella le oyese. Alargó una mano hacia su mejilla y ella intentó morderla.
—Ah, Elena... —murmuró él.
Los últimos restos de furia, de deseo animal de matar, habían desaparecido
de su rostro. Tenía los ojos aturdidos, afligidos y entristecidos.
Y era vulnerable. Elena aprovechó el momento para lanzarse sobre
la carne desnuda de su cuello. Él alzó el brazo para detenerla, para
apartarla, pero luego volvió a dejarlo caer.
La miró fijamente por un momento, con el dolor de sus ojos alcanzando
un punto álgido, y luego simplemente se abandonó. Dejó
de pelear por completo.
Ella sintió cómo sucedía, sintió cómo la resistencia abandonaba
su cuerpo. Se quedó tendido sobre el suelo helado con restos de hojas
de robles en el cabello, mirando más allá de ella al cielo negro y
cubierto de nubes.
«Acabalo», dijo su voz cansada en su mente.
Elena vaciló por un instante. Había algo en aquellos ojos que evocaba recuerdos en su interior. Estar de pie bajo la luz de la luna, sentada
en una habitación de un desván... Pero los recuerdos eran demasiado
vagos. No conseguía aferrarlos, y el esfuerzo la aturdía y la mareaba.
Y éste tenía que morir, este de los ojos verdes llamado Stefan.
Porque le había lastimado a él, al otro, al que era la razón de su existencia.
Nadie podía hacerle daño a él y seguir vivo.
Cerró los dientes sobre su garganta y mordió profundamente.
Advirtió al momento que no lo hacía como era debido. No había
alcanzado una arteria o una vena. Atacó la garganta, furiosa ante la
propia inexperiencia. Resultaba satisfactorio morder algo, pero no salía
demasiada sangre. Contrariada, alzó la cabeza y volvió a morder,
sintiendo que el cuerpo de él daba una sacudida de dolor.
Mucho mejor. Había encontrado una vena esta vez, pero no la había
desgarrado lo suficiente. Un pequeño arañazo como aquél no serviría
de nada. Lo que necesitaba era desgarrarla por completo, para
dejar que la suculenta sangre caliente saliera a borbotones.
Su víctima se estremeció mientras ella trabajaba, los dientes arañando
y royendo. Empezaba a sentir cómo la carne cedía cuando unas
manos tiraron de ella, alzándola desde atrás.
Elena gruñó sin soltar la garganta. Las manos eran insistentes, no
obstante. Un brazo rodeó su cintura, unos dedos se enroscaron a sus
cabellos. Forcejeó, aferrándose con dientes y uñas a su presa.
—¡Suéltale! ¡Déjale!
La voz era seca y autoritaria, como una ráfaga de viento frío. Elena
la reconoció y dejó de forcejear con las manos que la apartaban.
Cuando la depositaron en el suelo y ella alzó los ojos para verle, un
nombre acudió a su mente. Damon. Su nombre era Damon. Le miró
fijamente con expresión enfurruñada, resentida por haber sido arrancada
de su presa, pero obediente.
Stefan estaba incorporándose en el suelo, con el cuello rojo de sangre que también corría por su camisa. Elena se lamió los labios,
sintiendo una punzada parecida a un retortijón de hambre pero que
parecía provenir de cada fibra de su ser. Volvía a estar mareada.
—Me pareció —dijo Damon— que dijiste que estaba muerta.
Miraba a Stefan, que estaba aún más pálido que antes, si es que
eso era posible. Aquel rostro blanco estaba lleno de infinita desesperación.
—Mírala —fue todo lo que dijo.
Una mano sujetó la barbilla de Elena, ladeando su rostro hacia
arriba. Ella devolvió directamente la mirada de los oscuros ojos entrecerrados
de Damon. Luego, largos y finos dedos tocaron sus labios,
sondeando entre ellos. Instintivamente, Elena intentó morder,
pero no muy fuerte. El dedo de Damon localizó la afilada curva de un
colmillo y Elena sí que mordió entonces, dando un mordisco parecido
al de un gatito.
El rostro de Damon era inexpresivo, la mirada dura.
—¿Sabes dónde estás? —preguntó.
Elena miró a su alrededor. Árboles.
—En el bosque —dijo con picardía, volviendo a mirarle.
—¿Y quién es ése?
Ella siguió la dirección que indicaba su dedo.
—Stefan —respondió con indiferencia—. Tu hermano.
—¿Y quién soy yo? ¿Sabes quién soy yo?
Ella le sonrió, mostrando sus dientes afilados.
—Claro que lo sé. Eres Damon, y te amo.



Capitulo 2



La voz de Stefan era tranquilamente salvaje. “Eso era lo que querías, ¿No es así, Damon? Y ahora lo tienes. Tenías que volverla como nosotros, como tu. No fue suficiente sólo con matarla.”
Damon no apartó la vista de él. Estaba mirando a Elena intensamente a través de esos ojos encapuchados, aún en rodillas aferrándose a su barbilla. “Es la tercera vez que dices eso, y estoy empezando a cansarme de ello.” Comentó levemente. Despeinado, con poco aliento, aun así se encontraba consciente, en control. “Elena, ¿Acaso yo te maté?”
“Por supuesto que no,” dijo Elena, entrelazando sus dedos en aquellos de su mano libre. Empezaba a impacientarse. De todos modos, ¿De qué estaban hablando? Nadie había sido asesinado.
“Nunca pensé que fueras un mentiroso,” le dijo Stefan a Damon, la amargura de su voz no cambió. “Pensé en casi todo lo demás, pero no en esto. Nunca escuché antes que trataras de cubrirte por ti mismo.”
“En un minuto más,” dijo Damon, “Voy a perder mi temperamento.”
¿Qué mas puedes tratar de hacerme? Le dijo Stefan en contestación. Matarme sería una misericordia.
“Se acabó mi misericordia hace un siglo,” dijo Damon en voz alta. Finalmente, soltó la barbilla de Elena. “¿Qué recuerdas de hoy?” le preguntó a ella.
Elena habló cansadamente, como un niño recitando una lección odiada. “Hoy fue el Día de Celebración de los Fundadores.” Flexionando sus dedos en él, ella miró a Damon. Era lo más que pudo recordar por sí misma, pero no era suficiente. Con esfuerzo, trató de recordar algo más.
“Había alguien en la cafetería… Caroline.” Ella le ofreció el nombre a él, complacida. “Ella iba a leer mi diario en frente de todos, y eso era malo porque…” Elena se fundió con sus memorias y se perdió. “No recuerdo por qué, pero la engañamos.” Ella le sonrió a él calurosamente, conspiracionalmente.
“Oh, ¿Lo ‘hicimos’, no es así?”
“Si. Lo tomaste de ella. Lo hiciste por mí.” Los dedos de su mano libre se deslizaron bajo su chaqueta, buscando la dura esquina cuadrada de su pequeño libro. “Porque me amas,” dijo ella, encontrándolo y rascándolo tímidamente. “Tu me amas, ¿No es así?”
Hubo un sonido tenue del centro del claro. Elena volteó y vio que Stefan había volteado su rostro.
“Elena, ¿Qué pasó después?” La voz de Damon la llamó de regreso.
“¿Después? Después la Tía Judih empezó a discutir conmigo.” Elena remarcó esto por un momento y finalmente se encogió en hombros. “Acerca de… algo. Me enojé. Ella no es mi madre. Ella no puede decirme que hacer.”
La voz de Damon era seca. “No creo que eso vaya a ser un problema ahora. ¿Qué mas?”
Elena suspiró pesadamente. “Después fui por el auto de Matt.” Ella mencionó el nombre reflexivamente, parpadeando su lengua sobre su diente canino. En los ojos de su mente, ella vio una cara apuesta, cabello rubio, hombros fornidos. “Matt.”
“¿Y a donde fuiste con el auto de Matt?”
“Al puente Wickery,” dijo Stefan, volteando hacia ellos. Sus ojos eran desolados.
“No, no a las pensiones,” corrigió Elena, irritada. “A esperar por… mm… lo olvidé. De todos modos, esperé ahí. Entonces… entonces la tormenta comenzó. Viento, lluvia, todo eso. No me gustaba. Me metí en el auto. Pero algo vino tras de mí.”
“Alguien vino tras de ti,” dijo Stefan, mirando a Damon.
“Algo,” insistió Elena. Ella tuvo suficiente de sus interrupciones. “Vamos hacia otro lado, solo nosotros,” le dijo a Damon, arrodillándose de tal manera que su rostro estuviera cerca del suyo.
“En un minuto,” dijo él. “¿Qué clase de cosa fue hacia ti?”
Ella retrocedía, exasperada. “¡No se que tipo de cosa! Era algo que nunca había visto. No como tú o Stefan. Era…” Las imágenes se despedazaron a través de su mente. Niebla fluyendo a través del suelo. El viento chillando. Una forma, blanca, enorme, observándola como si estuviera hecho de la misma neblina. Postrándose sobre ella como una nube dirigida por el viento.
“Tal vez sólo era parte de la tormenta,” dijo ella. “Pero pensé que quería lastimarme. Me alejé de ese lugar.” Jugueteando con el zipper de la chaqueta de cuero de Damon, ella sonrió secretamente y lo miró a través de sus azotes.
Por primera vez, la cara de Damon mostró emociones. Sus labios se retorcieron en una mueca. “Te fuiste.”
“Si. Recuerdo que… alguien… me dijo algo acerca de de agua corriendo. Cosas malvadas no pueden cruzarla. Así que conduje hacia Drowning Creek, a través del puente. Y entonces…” Ella dudó, frunciendo el ceño, tratando de encontrar un sólido recuerdo en la nueva confusión. Agua, ella recordaba el agua. Y alguien gritando. Pero nada más. “Entonces lo crucé,” ella concluyó al fin, brillantemente. “Debí de haberlo hecho, porque estoy aquí. Y eso es todo. ¿Podemos irnos ahora?”
Damon no le respondió.
“El auto sigue en el río,” dijo Stefan. El y Damon se miraron entre ellos como dos adultos teniendo una discusión sobre la cabeza de un incomprendido niño, sus hostilidades se suspendieron por un momento. Elena sintió aumentar sus molestias. Ella abrió la boca, pero Stefan continuó. “Bonnie, Meredith y yo lo encontramos. Fui bajo el agua y lo ví, pero para entonces…”
¿Para entonces, que? Elena continuó.
Los labios de Damon se curvaron simuladamente. “¿Y te rendiste hacia ella? Tú, de todas las personas, debiste haber pensado en lo que pasaría. ¿O la idea era tan repugnante para ti que ni siquiera la consideraste? ¿Hubieras preferido que ella estuviera realmente muerta?”
“¡No tenía pulso, ni respiración!” gritó Stefan. “¡Y ella nunca tuvo suficiente sangre para cambiarla!” Sus ojos se endurecieron. “No de mí de todos modos.”
Elena abrió su boca de nuevo, pero Damon posó dos dedos en ella para mantenerla callada. El dijo sin problemas, “Y ese es el problema ahora- ¿O eres tan ciego para ver eso ahora, también? Me dijiste que viera por ella; vela ahora por ti mismo. Está en shock, irracional. Oh, sí, incluso yo lo admito.” Se detuvo para mostrar una sonrisa ciega antes de continuar. “Es más que la confusión normal después del cambio. Ella necesita sangre, sangre humana, o su cuerpo no tendrá la fuerza para terminar el cambio. Ella morirá.”
¿A qué te refieres con irracional? Elena pensó indignada. “Estoy bien,” dijo ella alrededor de los dedos de Damon. “Estoy cansada, eso es todo. Iba a ir a dormir cuando los oí a ustedes dos peleando, y vine para ayudarte. Entonces tu ni siquiera me hubieras dejado matarte,” ella terminó, disgustada.
“Si, ¿Por qué no lo hiciste?” Dijo Stefan. Estaba mirando a Damon como si pudiera crear hoyos a través de él con sus ojos. Cualquier rastro de cooperación de su parte se había desvanecido. “Hubiera sido lo más fácil de realizar.”
Damon se postró detrás de él, de manera repentina y furiosa, su propia animosidad fluyendo para encontrarse con la de Stefan. Respiraba rápida y ligeramente. “Tal vez no me gusten las cosas fáciles,” el siseó. Entonces él pareció ganar control de sí mismo una vez más. Sus labios se curvearon en enojo, y agregó, “Ponlo de esta manera, mi querido hermano: Si alguien va a tener la satisfacción de matarte, ese seré yo. Nadie más. Planeo terminar el trabajo por mí mismo. Y es algo en lo que soy muy bueno, te lo prometo.”
“Nos lo has mostrado ya,” dijo Stefan calladamente, como si cada palabra lo enfermara.
“Pero esta,” dijo Damon, volteando hacia Elena con ojos brillantes, “Yo no la maté, ¿Por qué debería de? Pude haberla cambiado en cualquier momento que me pareciera.”
“Tal vez porque ella se acaba de comprometer en matrimonio con alguien más.”
Damon levantó la mano de Elena, todavía enrollada con la suya. En el tercer dedo un anillo de oro brilló, colocado con una profunda piedra azul. Elena lo observó, recordando vagamente haberlo visto antes. Entonces se encogió de hombros y se inclinó hacia Damon cansadamente.
“Bueno, ahora,” dijo Damon, mirando debajo de ella, “eso no parece ser un problema, ¿No es así? Pienso que ella debería estar agradecida de olvidarte.” El miró a Stefan con una desagradable sonrisa. “Pero lo encontraremos una vez que ella gane conciencia de sí misma. Podemos preguntarle entonces a cual de los dos elegirá. ¿De acuerdo?”
Stefan sacudió su cabeza. “¿Cómo es posible que sugieras eso? Después de lo que pasó…” Su voz se cortó.
“¿Con Katherine? Puedo decirlo, si tú no puedes. Katherine hizo una decisión tonta, y ella pagó el precio por ello. Elena es diferente; ella conoce su propia mente. Pero eso no importa si estás de acuerdo,” agregó, ignorando la nueva propuesta de Stefan. “El hecho es que ella es débil ahora, y necesita sangre. Voy a procurar que la obtenga, y entonces buscaré a quien le hizo esto. Puedes venir o no, como gustes.”
Se levantó, llevándose a Elena con él. Vámonos.
Elena fue voluntariamente, agradecida de poder moverse. Los bosques estaban interesantes esa noche; nunca lo notó antes. Los búhos mandaban sus tristes y aterradores llantos a través de los árboles, y los ratones ciervo se escondían lejos de sus pies. El aire se encontraba frío en parches, como si congelara primero en los huecos y profundo en los bosques. Encontró que era fácil moverse silenciosamente al lado de Damon a través de las hojas secas; era sólo cuestión de ser cuidadoso de donde pisar. No miró hacia atrás para ver si Stefan los estaba siguiendo.
Reconoció el lugar donde dejaron el bosque. Había estado en ese lugar más temprano. Ahora, sin embargo, había algún tipo de actividad frenética en marcha: Luces rojas y azules brillaban en los autos, proyectores iluminaban las sombrías siluetas oscuras de personas. Elena los miró curiosamente. Varios eran familiares. Esa mujer, por ejemplo, con el delgado rostro y ojos ansiosos-¿Tía Judith? Y el hombre alto al lado de ella-¿El prometido de la tía Judith, Robert?
Debe haber alguien más con ellos, pensó Elena. Un niño con cabello tan pálido como el de Elena. Pero por más que lo intentó, no pudo conjurar nombre alguno.
Las dos chicas con sus brazos alrededor de cada una de ellas, paradas en un círculo de oficiales, recuerdo a esas dos pensó. La pequeña de pelo pelirrojo que lloraba era Bonnie. La alta con cabello oscuro barrido, Meredith.
“Pero ella no estaba en el agua,” le decía Bonnie a un hombre en uniforme. Su voz temblaba al borde de la histeria. “Vimos a Stefan salir. Se los he dicho cientos de veces.”
“¿Y la dejaron ahí con ella?”
“Tuvimos que hacerlo. La tormenta estaba empeorando, y algo se aproximaba-“
“Olvida eso.” Meredith le interrumpió. Ella sonaba ligeramente más calmada que Bonnie. “Stefan dijo que si ella-tenía que dejarla, la dejaría postrada debajo de los árboles de sauce.”
“¿Y dónde se encuentra Stefan ahora?” Preguntó otro oficial uniformado.
“No sabemos. Regresamos para ayudarla. Probablemente nos siguió. Pero acerca de lo que le pasó a-a Elena…” Bonnie se volteó y clavó su rostro en los hombros de Meredith.
Estaban disgustadas conmigo, recordó Elena. Que tonto de su parte. Puedo dejar claro eso, de todos modos. Ella empezó a seguir la luz, pero Damon la jaló de regreso. Ella lo miró, herido.
“No de esa manera. Selecciona a los que quieras, los atraeremos hacia fuera,” dijo.
“¿A los que quiera para qué?”
“Para alimentarte, Elena. Eres una cazadora ahora. Esas son tus presas.”
Elena presionó su lengua contra una muela canina dudosamente. Nada ahí afuera lucía como comida para ella. Sin embargo, porque Damon lo dijo, se inclinó a darle el beneficio de la duda. “Lo que tu digas,” dijo obligadamente.
Damon inclinó su cabeza hacia atrás, los ojos se acercaron, inspeccionando la escena como un experto evaluando una pintura famosa. “Bien, ¿Qué te parece una pareja de buenos paramédicos?”
“No,” dijo una voz detrás de él.
Damon observó levemente sobre sus hombros a Stefan, “¿Por qué no?”
“Porque ya ha habido demasiados ataques. Tal vez necesite sangre humana, pero ella no tiene por qué cazarlos.” El rostro de Stefan era callado y hostil, pero había un aire de determinación sombría en él.
“¿Hay alguna otra manera?” Preguntó Damon irónicamente.
“Tu sabes que sí lo hay. Encuentra a alguien que esté dispuestoo a alguien que puede ser influenciado a estar dispuesto. Alguien que lo haría por Elena y que sea lo suficientemente fuerte para manejar esto, mentalmente.”
“Y supongo que tu sabes donde podemos encontrar a tal parangón de virtudes.”
“Llévala a la escuela. Te encontraré ahí,” dijo Stefan, y desapareció.
Dejó la actividad todavía en movimiento, las luces iluminando, la gente murmurando. Mientras se alejaban, Elena notó algo extraño. En medio del río, iluminado por los reflectores, se encontraba un automóvil. Estaba completamente sumergido excepto por la parte delantera, que se encontraba atascado fuera del agua.
Que lugar tan estúpido para aparcar un auto, pensó ella, mientras seguía a Damon de regreso en el bosque.

Stefan empezaba a sentirlo de nuevo.
Dolía. Pensó que pasaba de sentir dolor, a sentir cualquier cosa. Cuando sacó el cuerpo sin vida de Elena del agua oscura, pensó que nada podría lastimarlo de nuevo porque nada podría igualar ese momento.
Estaba equivocado.
Se detuvo y se paró con su brazo bueno aferrado alrededor de un auto, cabizbajo, respirando profundamente. Cuando la neblina roja empezó a disiparse y pudo ver de nuevo, siguió adelante, pero el dolor de la quemadura en el pecho continuó sin disminuir en lo más mínimo. Deja de pensar en ella, se dijo a sí mismo, sabiendo que eso no serviría de nada.
Pero no estaba realmente muerta. ¿Eso no contaba para algo? Pensó que nunca volvería a escuchar su voz de nuevo, a sentir su piel…
Y ahora, cuando ella le tocó, quería matarlo.
Se detuvo de nuevo, mareándose, temeroso de que fuera a enfermarse.
Verla de esa forma era una peor tortura que verla tumbada fría y muerta. Tal vez esa era la razón por la que Damon la dejó vivir. Tal vez esta era la venganza de Damon.
Y tal vez Stefan sólo debería hacer lo que había planeado hacer después de matar a Damon. Esperó hasta el amanecer y tomó el anillo de plata que lo protegía de la luz del sol. Parado, bañado en el fiero abrazo de aquellos rayos hasta que quemaran la carne de sus huesos y detuviera el dolor de una vez por todas.
Pero sabía que no lo haría. Mientras Elena caminara en la tierra, nunca la dejaría. Incluso si lo odiara, incluso si lo siguiera su espíritu. Haría cualquier cosa que estuviera a su mano para mantenerla a salvo.
Stefan se desvió en la pensión. Necesitaba limpiarse antes de dejar que los humanos lo vieran. En su cuarto, se lavó la sangre de su rostro y su cuello y examinó su brazo. El proceso de curación había empezado, y con concentración pudo acelerar el proceso. Estaba consumiendo su fuerza con rapidez; la pelea con su hermano lo había debilitado. Pero esto era importante. No debido al dolor-lo notó tímidamente-sino porque necesitaba adaptarse.
Damon y Elena esperaban afuera de la escuela. Pudo sentir la impaciencia de su hermano y la nueva presencia de Elena ahí en la oscuridad.
“Más le vale que esto funcione,” dijo Damon.
Stefan no dijo nada. El auditorio de la escuela era otro centro de conmoción. La gente parecía haber disfrutado del baile del Día de los Fundadores; de hecho, aquellos que permanecieron a través de la tormenta se encontraban postrados en los alrededores o en pequeños grupos platicando. Stefan miró hacia la puerta, buscando con su mente por una presencia en particular.
Lo había encontrado. Una cabeza rubia estaba sentada en una mesa en la esquina.
Matt.
Matt siguió de frente y miró alrededor, confundido. Stefan le invitó a salir. Necesitas algo de aire fresco, pensó, insinuando la sugestión en el subconsciente de Matt. Sientes la necesidad de salir por un momento.
Para Damon, parado invisible justo detrás de la luz, el dijo, llévala a la escuela, al cuarto de fotografía. Ella sabe donde está. No se muestren hasta que yo les diga. Entonces retrocedió y esperó a que Matt apareciera.
Matt salió, su rostro dibujado volteó hacia el cielo sin luna. Empezó violentamente cuando Stefan empezó a hablarle.
“¡Stefan! ¡Estas aquí!” Desesperación, esperanza y horror empezaban a dominar su rostro. Corrió hacia Stefan. “¿Ello la---han traído de vuelta? ¿Hay alguna noticia?”
“¿Qué has oído exactamente?”
Matt lo observó por un momento antes de contestarle. “Bonnie y Meredith vinieron diciendo que Elena había salido al puente Wickery en mi auto. Dijo que ella…” Pausó un momento y empezó a sollozar. “Stefan, no es cierto, ¿Verdad?” Sus ojos empezaban a humedecerse.
Stefan miró hacia otro lado.
“Oh, Dios,” dijo Matt con dificultad. Volteó hacia Stefan, presionando la palma de sus manos contra sus ojos. “No puedo creerlo; No es cierto. No puede ser verdad.”
“Matt…” Tocó el hombro del otro muchacho.
“Lo siento.” La voz de Matt era áspera y ruda. “Debes de estar atravesando un infierno, y aquí estoy yo empeorando las cosas.”
Más de lo que crees, pensó Stefan, su mano se apartó. Vino con la intención de usar sus poderes para persuadir a Matt. Ahora eso parece imposible. No podía hacerlo, no a su primer-y único-amigo humano que ha tenido en aquel lugar.
Su otra única opción era decirle la verdad a Matt. Dejar que Matt tomara su propia decisión, que conociera todo al respecto.
“Si hubiera algo que pudieras hacer por Elena en este momento,” dijo, “¿Lo harías?”
Matt estaba demasiado perdido en sus emociones para preguntar que clase de pregunta estúpida era esa. “Cualquier cosa,” dijo casi en rabia, cubriendo con su manga sus ojos. “Haría cualquier cosa por ella.” Miró a Stefan con algo de desafío, su respiración temblaba.
¡Felicidades!, pensó Stefan, sintiendo el repentino profundo abismo en su estómago. Te has ganado un viaje a la Zona del Crepúsculo.
“Ven conmigo,” dijo. “Tengo algo que mostrarte.”

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